Lo importante no es el destino, sino la experiencia del
viaje. Esa es la filosofía con la que compartieron trayecto los
pasajeros del tren hacia ninguna parte instalado en la estación de
Abando durante el fin de semana. Un «problemilla con los raíles» hizo
que los más ansiosos tuviesen que esperar el viernes para estrenar este
circuito tripulado. «Consta de dos réplicas de trenes de cinco pulgadas
de tamaño que funcionan con un mando teledirigido», explicaba Itziar
Esteban, presidenta de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de
Bilbao, mientras sus compañeros trataban de construir el puzzle de vías.
«En este circuito hacemos un simulacro siguiendo el
reglamento de circulación de Renfe, con semáforo, barrera y todo»,
advertían. Este grupo de apasionados del mundo ferroviario, con el apoyo
de Adif, han querido acercar el modelismo en miniatura con un montaje
para que puedan disfrutar los niños. Como Amaiur, que con solo dos años
parecía no tener ningún miedo al chirriar de los raíles. «Se reía mucho,
pero ahora se ha metido en el fotomatón y parece que le gusta más lo de
sacarse fotos», señalaba su aitite, José Félix.
Pero a este tren, que puede alcanzar los diez kilómetros
por hora y soportar hasta 500 kilos, también pueden subirse los adultos,
puntualizaba Esteban. «Aunque a ellos les suele dar un poco de
vergüenza», admitía. No era el caso de María Jesús y José Luis, que no
se lo pensaron dos veces cuando vieron la posibilidad de sumarse al
viaje al que se habían subido sus nietos, Íñigo y Nerea. A María Jesús
se le venían a la mente imágenes del pasado. «Recuerdo cuando viajaba
desde mi pueblo, en Ourense, hasta Barcelona. Estuve cinco años yendo y
viniendo en el TER porque me fui allí a estudiar para ser profesora»,
contaba con nostalgia.
Ahora que corren tiempos de la alta velocidad -el TAV
recién inaugurado en China une los 2.298 kilómetros que separan Pekín de
Cantón en solo ocho horas-, cuesta creer que en el modelo predecesor
del Talgo este recorrido por la cornisa cantábrica durase cerca de 24
horas. Para entretenerse, relataba esta mujer, se llevaba un libro, unos
auriculares y las agujas de ganchillo. «En los cinco años de viajes
llegué a hacerme una mantilla que aún conservo», contaba con orgullo.
«En el viaje coincidía con un 'pica' que siempre me preguntaba: '¿Es
ésta la labor de la semana pasada?'», rememoraba entre risas. Y de
pequeña pasaba los domingos en el pueblo con sus amigas viendo pasar los
trenes mientras merendaban.
Muchas de estas historias corren peligro de desaparecer,
desde que el Gobierno central anunciara el viernes su «plan de
racionalización» de Renfe para 2013. Con él se pretenden eliminar
algunas rutas de media distancia poco rentables, con el objetivo de
abaratar costes. Ajeno a todo, un niño contemplaba con ojos curiosos el
scalextric de Abando. Hasta que su madre apareció y le gritó: «¡Venga
Oier, vamos, que perdemos el tren!».
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