Bilbao siempre fue más de ruedas que de zapatos. No en
vano, fuimos pioneros en transporte público. La TUB, Tranvías Urbanos de
Bilbao, se creó a finales del XIX y se convirtió en la segunda empresa
en la península, después de Oporto, en contar con tranvía eléctrico. La
línea Bilbao-Santurce de 1896. Tras ellos llegaría el trolebús. En este
caso fuimos los primeros. Fue el 20 de junio de 1940. Su recorrido,
Santiago-La Misericordia. Toda una aventura. Desapareció en 1976 y hoy
sólo sobrevive en viejas fotografías. Como aquel autobús rojo de dos
pisos de nuestros años 'british', cuya versión moderna viaja hoy desde
La Peña al Sagrado Corazón. Nunca pude ir arriba. Mi madre lo
consideraba peligroso. O poco serio. Como si lo decente fuera estar
cerca del suelo. Recuerdo su puerta. Siendo inglés, parecía colocada «al
revés». Y también su sonido. Una melodía nacida de sus motores diésel,
aire comprimido, puertas y frenos, que envolvía la vieja villa. La banda
sonora de un mundo en rojo autobús, gris asfalto y negro taxi. Los tres
colores con los que aparece Bilbao en la memoria.
Sólo hay un elemento discordante. Un punto azul. Llamarle
autobús casi produce risa. Pero lo fue. Y muy querido, además. El
'azulito'. Quienes superan la cuarentena saben de lo que hablo. También
las generaciones posteriores. Porque, nacido en los 60, vivió los 70 y
los 80. El 'azulito' tenía el encanto de las cosas pequeñas. En él, la
tertulia era algo natural. Y era el favorito de los niños. Basta con
echar un vistazo a la fotografía que hoy nos acompaña para entenderlo.
Debemos agradecérsela a Jon Sánchez y a sus compañeros de la Asociación
de Amigos del Ferrocarril de Bilbao. Por cierto, han revisado su permiso
de circulación y aparece como modelo O309DL, denominación estándar para
estos furgones. Pero me dicen que éste es el L608D. Y que corresponde,
específicamente, al modelo 'azulito'. Añaden que existieron microbuses
de otros tamaños y marcas. Yo tan sólo recuerdo la apertura de su
puerta, el olor de los billetes, que no se podía ir de pie, que paraba
donde querías, que si iba lleno pasaba de largo, que sus asientos de
'skay' estaban siempre fríos y que era nuestro. Por eso llamé a su
asociación hace unos días. Buscaba información tras la sorprendente
experiencia que viví en pleno centro de Madrid.
Salía de tomar un cubata en el Urban, hotel con aire
neoyorquino y bar recomendable, cuando tuve una regresión. No piensen
mal, juro por la zurda de Argote que sólo fue uno. La lluvia retornaba
poco a poco a un Madrid más seco que otros años. Charlaba en la entrada
con el portero, un gigante afroamericano bajo un abrigo blanco, sobre el
clima, la ley antitabaco y lo lejos que estábamos de su Chicago y mi
Bilbao. La distancia no depende de kilómetros. Y en ese momento sucedió.
Pasó sinuoso entre el tráfico. Era pequeño, azul y real. Un azulito. Me
pareció más cuadrado, pero igual de coqueto. Sé que hubo, y hay,
microbuses y midibuses en medio mundo. Como el llamado 'liebre' en
Chile, el 'custer' en El Salvador y Perú, el 'buseta' en Ecuador y
Colombia, la 'camionetica' y el 'autobusete' en Venezuela, el 'combi' en
Argentina o el 'pesero' y la 'ruta' en México. Y que, si bien Bilbao
fue pionera, ciudades o villas como Madrid también los tuvieron. Pero he
preguntado en el Ayuntamiento de Madrid, en transportes urbanos, en la
oficina de turismo y nadie sabe nada de ese microbús. Todo un misterio.
Prometo que seguiré su pista. Porque al verlo regresé al niño que fui en
el Bilbao del ayer. Y hasta la lluvia se tornó sirimiri cuando lo vi
marchar, con su cartelito amarillo y sus pequeñas ruedas. Por eso, con
una sonrisa cargada de nostalgia, miré al portero y le dije: «Lo bueno
de Bilbao es que siempre está ahí». Sea en una foto, en una llamada o en
un azulito que baja, entre la lluvia y al atardecer, la madrileña
cuesta de San Jerónimo, regresando del ayer.
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