http://treneando.com/2013/09/24/siglo-y-cuarto-de-el-tren-de-la-ria-el-ferrocarril-bilbao-portugalete-motor-de-bizkaia-a-finales-del-xix/
Un siglo y cuarto se cumple hoy de la puesta en funcionamiento del ferrocarril Bilbao-Portugalete.
Y la fecha ha pasado inadvertida para instituciones y organismos, pese a
la importancia que tuvo como motor y vertebrador en el desarrollo de la
margen izquierda y el puerto exterior. Sólo el ayuntamiento de la villa
jarrillera ha tenido en cuenta la efémeride con una exposición que recuerda
algunos de los episodios trascendentales de la construcción del ‘tren
de la ría’. La muestra, que se expone en el centro Rialia de
Portugalete, se ha organizado con la colaboración de la Asociación de
Amigos del Ferrocarril de Bilbao, el Museo Vasco del Ferrocarril de
EuskoTren y, sobre todo, con la de Oskar Ramos Moreno,
uno de los máximos conocedores de la historia de esta línea ferroviaria
que aún sigue en funcionamiento. La exposición permanecerá abierta al
público hasta el 5 de noviembre.
Todo lo contrario que hace 125 años. Aquel 24 de septiembre de 1888,
festividad de Nuestra Señora de las Mercedes, pernoctaba en Bilbao el
ministro de Fomento, José Canalejas Méndez, que años
más tarde llegaría a presidir el Consejo de Ministros. Vinculado al
ferrocarril desde la infancia –su padre fue ingeniero, asesor y
consejero de algunas empresas del sector, además de editor – fue testigo
directo de la inauguración del segundo ferrocarril peninsular
Madrid-Aranjuez, que presidió la reina Isabel II. Incluso formó parte
de la dirección de algunas de las líneas férreas del país. El futuro
líder del Partido Liberal y jefe del Ejecutivo de Alfonso XII encabezó
la comitiva ferroviaria. Unos meses antes (15 de marzo)
se había abierto el primer tramo que salía de Uribitarte, donde se
había instalado una estación provisional hasta disponer de la terminal de La Naja, que llegaba hasta Desierto. Haste este punto Olabeaga, Zorroza y Lutxana eran paradas intermedias; y después Sestao.
Los invitados ocupaban los siete coches que arrastraba la locomotora ‘Baracaldo’,
convenientemente engalanada para la ocasión. En la estación de Desierto
esperaban el alcalde de la localidad fabril y otras autoridades. El
párroco bendijo el tren, aunque también dirigió el hisopo hacia la vía
para ofrecer la protección del Divino y librarla de cualquier incidente.
El convoy siguió curso abajo hasta la fábrica de ‘La Vizcaya’ donde su
director, el ingeniero Mariano de Zuaznabar, se disculpó ante el
ministro por la sociedad que había formado con astilleros franceses para
construir unos cruceros.
La llegada del tren a Portugalete fue apoteósica. La multitud recibió al convoy con explosivas muestras de entusiasmo. Los accionistas y propietarios (José María Arteche, Eduardo Aguirre, Pablo Alzola , Xenofonte Gallego y los señores Durañona, Barcaistegui y Romero Robledo)
pronunciaron vibrantes discursos, que se cerraron con un “espléndido
lunch” que duró hasta primera hora de la tarde. Las prisas de Canalejas
por volver a Madrid precipitaron la disolución de la comitiva.
El tren había llegado a la capital vizcaína veinticinco años atrás (marzo de 1863) de la mano de Charles Vignoles, el ingeniero jefe que dirigió las obras del ferrocarril Tudela-Bilbao, que unía la Villa con el interior de España, al conectar en Miranda de Ebro con la línea Madrid-Irún.
Al acabar su proyecto, Vignoles propuso completar los servicios, de
forma que se prolongara la vía hasta el Abra, en cuya dársena era
preciso construir un gran puerto. De esta forma, la conexión con
Castilla tendría un inmejorable acceso al comercio, en una época en la
que los mayores buques no llegaban hasta Bilbao. Pero la idea del inglés
durmió durante años en el cajón de los sueños.
Hubo que esperar a que se redactara el Proyecto de Ensanche (1876) que firmaron Severino de Achúcarro, junto con los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos Ernesto Hoffmeyer y Pablo de Alzola,
para recoger en parte el plan de Charles Vignoles. La idea inicial que
dio paso a este trazado perseguía fundamentalmente conseguir el acceso a
los puertos vizcaínos y a la línea del Bilbao-Tudela, el enlace con el
ferrocarril de la Diputación de Bizkaia (más conocido como el de Triano), y el trazado paralelo
a todas las empresas, metalúrgicas y navales sobre todo, que surgieron a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX en la margen izquierda
del Nervión. Dos hombres fueron claves para llevar a buen puerto la
empresa: el comerciante bilbaíno Federico de Solaegui y Múgica y el empresario minero Manuel Allende. Aunque en el accionariado constaban todos los nombres propios de la metalurgia vizcaína ligada a Altos Hornos: Ibarra, Zubiría, Vilallonga, Gurtubay o Urigüen.
Las obras más importantes de la línea fueron los puentes de un tramo metálico de 65 y 40 metros de luz sobre los ríos Cagadua y Galindo, los muelles de Desierto para las mercancías y de Portugalete
para ganar a la ría el emplazamiento de la estación. Los túneles de
Desierto y Urbinaga y los pasos superiores o inferiores para salvar
otras líneas férreas y las carreteras presentaron también muchas
dificultades.
Al contrario que la mayoría de los ferrocarriles de la red
ferroviaria vasca de la época que se inclinaron por la vía métrica, el
Bilbao-Portugalete eligió el ancho de 1,67 metros. Los ocho kilómetros que separaban la capital vizcaína y la estación de Desierto fueron de vía doble; los cuatro restantes, hasta su trayecto final en Portugalete, disponían de un único carril. La obra fue muy laboriosa – se tardaron cuatro años, pese al corto trazado- y costosa,
por la necesidad de expropiar terrenos en un área que conocía una
expansión espectacular y porque hubo de atravesar fábricas y cruzar los
cinco ferrocarriles mineros (Regato, Orconera, Franco-Belga y los de
Galdames y Triano). En algunos tramos la escasez de terreno disponible
entre la carretera y la ría forzó a desviaciones. Tuvo incluso que
construir muelles, sanear marismas y ganar terreno para las estaciones
de Portugalete y Desierto. La obra se llevó 23,5 millones de pesetas de
la época (hoy en día unos 60 millones de euros).
Ambas líneas (Tudela-Bilbao y la de Portugalete) quedaban unidas por
un ramal que discurría en túnel por debajo de las vías de la que más
tarde sería la estación de La Concordia para salir en la playa de Abando
hacia la zona de bodegas y destacamento militar. La rampa de subida
desde el muelle de Ripa a Abando era muy pronunciada, existiendo además
una cerrada curva de solo 150 metros de radio. Esa dificultad se salvó
en 1895 con la inauguración del enlace entre Olabeaga y Cantalojas para
comunicar el ferrocarril de la ría con el resto de la red de vía ancha,
aunque la Compañía de Caminos del Norte decidió manter el tramo
original.
Pocos años después, ante el notable incremento del tráfico, se
duplicó la vía (en 1893, año de la inauguración del Transbordador
Bizkaia entre Portugalete y Getxo). Dado el crecimiento del puerto
exterior y del propio municipio de Santurtzi (junto con Ortuella tenía
10.199 habitantes en 1920) se vio conveniente prolongarlo hasta este
municipio. Se trata de un trazado que desde su inicio recorre toda la
margen izquierda, ajustándose a la diversa topografía bordeando Bilbao
bajo la cornisa del Ensanche, alameda Mazarredo, y en ciertos tramos por
su misma orilla entonces con pocas edificaciones.
El Ferrocarril de Bilbao a Portugalete llegó a contar hasta con 18 locomotoras de vapor,
de las que 14 recibieron el nombre de los pueblos o ríos por los que
discurría el trazado. Casi todas las máquinas se fabricaron en Gran
Bretaña. En un primer momento, se compraron cinco locomotoras de la
casa ‘Sharp & Stewart’, entre 1887 y 1889. Un año más tarde se
adquirieron otras dos de mayor potencia a la misma firma suministradora
y, entre los años 1892 y 1901, once más de la citada entidad y también
de la inglesa ‘Nasmyth Wilson’ y la alemana ‘Henschel’.
Desde Liverpool, los vapores ‘Elena’ y ‘Nieta’ descargaron en el
puerto de Bilbao doce coches de viajeros construidos por la sociedad
‘Ashbury’ de Manchester. ‘Material para Ferrocarril y Construcciones’
de Barcelona también aportó algunas vehículos. Entre ambas
proporcionaron 34 carruajes, 6 furgones y 6 plataformas para tráfico de
mercancías. Otras empresas fabricaron las diversas series de vagones de
mercancías; los más numerosos fueron los tipo “J” para el transporte de
mineral, que llegaron a sumar 228. Para ese mismo trafico, la compañía
compro dos gánguiles llamados ‘Basurto’ y ‘Larrasquitu’ de 962 toneladas a la compañía ‘Euskalduna’.
Pablo Alzola y Minondo fue, sin duda alguna, el
artífice de este gran proyecto. Donostiarra de nacimiento, era mucho más
que un hombre de su tiempo y en él se concitó buena parte de la
vorágine modernizadora que azotó Bizkaia en la segunda mitad del siglo
XIX, según reconocen los historiadores. Su verdadera proyección como
ingeniero y hombre público arrancó en 1869, año en el que se trasladó a
Bilbao para ocupar el puesto de ingeniero y capitán del Puerto.
Construyó el puente de San Antón junto a Ernesto Hoffmeyer y tuvo una
importancia capital en el trazado, construcción y dirección de la línea
Bilbao-Portugalete. Llegó a ser alcalde de la Villa, diputado provincial
y senador. Siempre consideró Bilbao como la metrópoli del Cantábrico.
Al ingeniero donostiarra se debe la construcción de los dos edificios más singulares del tren de la ría y de suerte dispar. La Canilla, la estación de la villa jarrillera, que aún hoy luce espléndida aunque desvinculada del ferrocarril; y la ‘capilla’ de La Naja,
una construcción de corte modernista situada junto al puente de El
Arenal, desaparecida hace más de 76 años, por donde accedían los
viajeros de esta línea.
(Imágenes Puente del Arenal y la ‘capilla’ de Alzola del Archivo
Histórico Ferroviario; y La Canilla del Fondo APG) (El Correo de Bilbao
publicó un amplio reportaje el domingo con el texto que reproduzco en
este post y otros aspectos singulares de este ferrocarril, referente en
el sistema ferroviario español)
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martes, 24 de septiembre de 2013
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